Acompáñame a ver estas tristes historias
Por Abril Mulato
Me he mudado de casa prácticamente cada año desde hace 10 años. He vivido con novios, amigos, parejas, gatos, perros y seres peculiares que –de acuerdo con mis mejores compas– jamás tuve que haber dejado entrar en mi vida, pero qué les digo, caí.
Haciendo “el recueeento de los daños” (léase con voz de Gloria Trevi) no me arrepiento de nada. Sí, he tenido experiencias bien extrañas que parecen sacadas del reality show más pinche de MTV, pero aún así he disfrutado mucho todas y cada una de ellas.
Eso no quiere decir que no haya habido momentos en los que quise matar a varios de mis ex roomies. No voy a negar que en más de una ocasión me convertí en una perra maldita y que incluso llegué a odiar tanto a uno que lo corrí del departamento sin importar que fuera uno de mis mejores amigos. Pero hay algo que me consuela y es que no soy la única.
Como yo hay muchos que han vivido cuentos de terror con sus roomies y aun cuando sean– o así se consideren– personas bien chidas llenas de luz y paz, también han experimentado situaciones que los han llevado a odiar a sus compañeros de piso. Estas son algunas de esas historias.
Juan (CDMX)
Vivimos juntos como dos o tres meses, quizá más. Él dice que fueron dos semanas, pero eso es una mentira. Viví con él porque mi otro roomie lo llevó. Era su invitado, acababa de llegar de otro país y no tenía a dónde llegar. En general cuando recibes a alguien está chido, sobre todo si es alguien que lo necesita.
Me acuerdo perfecto que me regalaron de la chamba el FIFA nuevo y le dije que lo jugáramos juntos. Pero se notaba que él no quería estar. Se refugió totalmente en su pedo. Se hizo un papel del tipo que nadie entiende y que no necesita de nada, pero abusa de las cosas que hay a su alrededor y cree que son gratis.
Ejemplo: Se acababa el papel de baño y pues no se limpiaba porque ya no había papel.
Llegabas a casa y el imbécil estaba ahí y en lugar de comprar un rollo de 10 baros, decía que ya no había papel y te dejaba el baño sin jalar.
El gas, pues más complicado. Es caro y lo sabes, y una persona que no está pagando renta y que planea quedarse más de una semana en tu casa debe ser capaz de ver eso como una oportunidad de ‘ser parte del día a día’. Pero él vivía como en un hoyo. Como si nada importara.
¿Se lo dije? Obvio, pero el dijo que solo se quedó una semana.
Francisco (Edomex)
Vivimos juntos un semestre de la preparatoria por inicial empatía. Los dos éramos foráneos y veníamos del mismo estado.
Lo metí a mi círculo cercano de amigos y con el tiempo me di cuenta de que inventaba historias de cómo él y yo interactuábamos como roomies. Descubrí que cumplía años dos veces por año porque se inventaba sus cumpleaños. También me reclamaba cuando yo salía por mi cuenta sin invitarlo o avisarle; claro, siempre lo mandé a chingar a su madre.
También le apestaban las patas como a nadie que haya conocido en mi vida. Una semana que no estuve se puso mis tenis favoritos y se los tuve que regalar. Lo odié, me ganó el asco. Fue una combinación de ira, desprendimiento y tristeza.
En otra ocasión, el pendejo le acercó un cuchillo a una suicida en potencia queriendo experimentar con “la psicología inversa”. Un pendejo.
Supe por otros amigos en común que lo habían visto de nuevo y que habían celebrado su cumpleaños… otra vez. Después de eso lo encontré en la calle y me quiso saludar como si nada. Lo único que hice fue poner cara de ¿qué? y fue la última vez que supe de él.
Mónica (Puebla)
En mi caso eran seis roomies con las que tuve que vivir durante dos años en la universidad. Cada una tenía su particularidad, pero en general eran mucho de exigir limpieza, orden y silencio, pero ellas podían hacer todo el desmadre que quisieran.
Teníamos que cumplir con un cochinometro y entonces si por ejemplo yo dejaba tres platos sucios me ponían tres taches en el cochinometro. Eso equivalía a un castigo que podía ser pagar algo o lavar el plato de alguien más, pero ellas nunca tenían faltas. Era bullying y control porque como yo era una de las más jóvenes se aprovechaban.
Tiempo después me enteré de que antes de que llegara a vivir ahí las seis se habían puesto de acuerdo para sacarme de ese departamento, porque habían visto mis Converse con llamaradas de fuego en el clóset. Yo todavía no había llegado, solo había dejado mis cosas, pero una aliada que tenía en la casa me contó que habían armado toda una conspiración para echarme.
Eran manipuladoras, chismosas, se metían en tu vida personal y creaban un ambiente muy feo y muy incómodo en donde prácticamente eras su prisionera psicológica.
Luego cuando me fui inventaron que tenía un problema de drogas. Según ellas me metía coca, heroína y éxtasis, de todo.
Salma (CDMX)
Viví con ella porque necesitaba conseguir una roomie para costear mi renta y una colaboradora nos presentó. A esta chava le gustó mucho mi casa y de inmediato aceptó ser mi roomie. Vivimos juntas solo tres meses, más hubiera sido imposible.
Al principio todo iba bien. Quería pertenecer y ser buena onda, la mejor roomie, compartía toda su comida, todo lo que compraba, cocinábamos juntas, íbamos por helado y siempre sonreía.
Pero con el tiempo cambió y se volvió muy antisocial. No tenía amigas, no tenía trabajo y pasaba mucho tiempo en su cuarto. De pronto dejó de compartir la cocina, los espacios en común y dejamos de hacer cosas juntas. A mí me iban a visitar mis amigos y amigas y esta situación a ella le incomodaba y hacía caras, salía y azotaba puertas.
Con la intención de mejorar la relación, un día la invité a una fiesta y en ese evento se puso a fotografiar cada una de las actividades que yo realizaba. Después como a los días me enseñó en su iPad y tenía como 250 fotos en las que solo aparecía yo. Súper extraño.
Le terminé pidiendo que se fuera y como todavía quedaban días del mes fue sacando sus cosas poco a poco, pero nunca me avisó cuándo se iba exactamente. Un día entré a su cuarto para ver si todo estaba bien y lo único que encontré fue una montaña de latas de sopa Campbells y un chingo de envolturas de papas.